Por María Teresa Celada.

La violencia nos atraviesa como sociedad reproduciéndose en todos los ámbitos de nuestra cotidianidad, manifestándose en todas sus formas, sobre todo en las mujeres, en los niños, las personas mayores y jóvenes.

Día a día leo y escucho en los diversos medios de comunicación, que los trabajadores y estudiantes fueron víctimas de los cortes por piqueteros, que una mujer más, murió en manos de su ex pareja, que otro niño muere por causas de maltrato, desnutrición, bullying, etcétera, y podría seguir dando ejemplos, es que la violencia social que existe parece de no acabar. Esta realidad es angustiante, pero debemos hacerle frente.

Soy consciente que la violencia es un fenómeno complejo, multicausal, en el que intervienen factores individuales, socioeconómicos y culturales, que provocan una repercusión negativa en el ser humano por las grandes secuelas que deja, tanto en el desarrollo personal como social.

Me cuesta entender el porqué, pero es así, hay un grado de intolerancia, de falta de empatía hacia los demás. El respeto y la paciencia están ausentes en estos tiempos.

Necesitamos de una mirada integral, incluso desde lo legislativo, para definir acciones coordinadas, que tiendan a evitar la fragmentación de la sociedad y la multiplicación de la violencia. La intolerancia es un problema social, debemos trabajar en ello.

Es claro que hay un fracaso en las políticas públicas de seguridad. El Estado, al no proporcionar una solución perdurable, incita a la sociedad a hacer justicia por mano propia. Como decían nuestros padres, “la violencia genera más violencia”, cuanta verdad incuestionable, hay que entender que no es ese el camino.

Solo espero que reflexionemos sobre nuestras conductas, que llevemos calma a la sociedad, que este 2023 se presente con más entusiasmo, sin tantos altercados y protestas, con más generosidad, más solidaridad. Los adultos debemos saber que somos el ejemplo de los jóvenes y los responsables de construir un mundo mejor.